martes, 26 de octubre de 2010

MI CASAMIENTO CON EVITA.
Por Juan Domingo Perón

El 22 de octubre de 1945, Evita y yo nos casamos por civil en Junín.

El jefe de la sección primera, Hernán Antonio Ordiales, levantó el acta ante los testigos, Domingo Mercante y Juan Duarte.

Ese día el general Pistarini juro como vicepresidente de la Nación, quedaba en claro que nuevamente era la gente y no yo el que imponía a otro hombre fiel a la revolución del 4 de junio en aquel puesto estratégico.

Por eso afirmo que, en realidad la decisión del casamiento entre Eva y Yo fué el primer acto revolucionario que produjo el justicialismo.

Un oficial del ejercito argentino, casado con una artista, era una grave ofensa para la imagen de la institución, pero si a ello se agrega el echo de que ese oficial había cobrado una trascendencia insospechada, el cuadro de esa realidad se volvía, para muchos cortos de genio bochornosa.

Nuestro casamiento, encrespó a quienes, cuya ideología estrecha, no les permitía comprender actitudes opuestas al “virtuosismo”, no entendieron jamás que una persona como yo estuviese mezclado entre ellos, en el Colegio Militar y en compañía de personas que me valoraban como amigo y que a la vez, pertenecían a su núcleo de relaciones .

Cuando advirtieron mi decisión de unirme a Eva, primero trataron de disuadirme, luego el hecho les sirvió para justificar la razón por la cual mi desenvolvimiento en el ejercito se debió a una casualidad .

Yo no era de su estirpe, no merecía semejante honor, a pesar de haberlo obtenido demostrando mi “baja condición” uniéndome a “esa”.

La verdad, todo esto parecía un sin sentido, un culebrón de cuarta.

La sociedad “bien“ de la época nunca comprendió mi relación amorosa con Eva Perón.

Era lógico.

Que hombre comprendía a otro que se sentía feliz de ir a la cama todas con la misma mujer.

Ellos lo hacían, por cierto, pero nunca, nunca eran dos en el lecho, porque entre ellos se acostaba también la monotonía, la frigidez y en el mejor de los casos, la obsecuencia.

Evita fue siempre una mujer apasionada y su fervor no solo lo vaciaba en la política sino que se desplegaba en todos los actos de su vida.

Evita había vuelto a trabajar conmigo con más espíritu y mas pasión, pensábamos al unísono, con el mismo cerebro, sentíamos con la misma alma.

Era natural por ello que en tal comunicación de ideas y de sentimientos naciera ese amor con el cual enfrentábamos al mundo.

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